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viernes, 24 de octubre de 2008

¿Cómo gritar?

Por Alberto Morlachetti de la agencia PELOTA DE TRAPO

Prólogo a Nota: Ante el supuesto crecimiento de la inseguridad en territorio bonaerense el gobernador Daniel Scioli manifestaba ayer en conferencia de prensa, que para frenar el delito hay que bajar la edad de imputabilidad de los menores a 12 años. Tema controvertido que enfrenta a cientistas sociales desde hace muchos años. Scioli advirtió que en territorio bonaerense viven unos 400.000 menores de edad “sin trabajo y sin estudio”. Sin duda estos pibes constituyen el objeto privilegiado de la punición y señalamiento social.

La nota publicada por esta agencia el 7 de abril del 2004 conserva plena vigencia:

(APe).- Algunos periodistas de mala fama construyen opinión pública en busca de consensos para reprimir a los niños. Rossana Reguillo escribe que los signos son preocupantes. En la vida cotidiana, en los discursos políticos y periodísticos, va cobrando fuerza ese discurso autoritario, duro, de limpieza social, que amenaza con ganar adeptos porque ofrece la cómoda certidumbre de que la única salvación consiste en el exterminio de todos aquellos elementos que amenazan y perturban el simulacro de la vida colectiva que se mantiene a fuerza de murmullos y suspiros entrecortados para no despertar al demonio. Pero si bien no creo que estemos en el infierno, vivimos su anticipo.

García Márquez se preguntó alguna vez si la Tierra no será el infierno de otros planetas. Tal vez sea mucho menos: una aldea sin memoria, dejada de la mano de sus dioses en el último suburbio.

En eso andan los medios de comunicación, con letra de imprenta o imagen de 4 tintas. Las semillas de las palabras caen en la tierra de los condenados y la cubren con una vegetación delirante.

Radio 10, a través de su mentor, el “periodista” Daniel Hadad, se destaca en la Cruzada contra los niños “infieles”, alentando a tomar por asalto las calles contaminadas de pibes de malabares para que puedan los “buenos peregrinos” derramar toda esa gracia inocente en el “Santo Sepulcro” de los supermercados.

Un cronista policial en TV habló de ladrones de “pantalón corto”: de la maldad de los niños pobres, que no tienen códigos como los tenían los ladrones de ayer, expresaba con cierta nostalgia. Carlos Ruckauf -con su vocación intacta de mano dura- manifestó a Página/12 que “los jueces alientan a los asesinos”.

Se ha transformando a los grandes medios de comunicación en la sede de una estrategia temporal de represión y menoscabo de la vida de los pobres. Somos consumidores del espectáculo siempre “deleitoso” de la miseria, de la tragedia y del espectáculo “conmovedor” de los esfuerzos de los que la provocan, para luego erradicarla, y ponen en el cielo un grito desgarrador: hay que bajar la edad de imputabilidad disparando a las víctimas.

Fue aquí -decía Camus- “donde mi generación aprendió que uno puede tener razón y ser derrotado, que la fuerza puede destruir el alma, y que a veces el coraje no obtiene recompensa”.

¿A qué edad imputamos a un menor? ¿A los 14 años? Parece no ser suficiente. ¿Quizás a los 12? ¿Hay discernimiento en esas edades? ¿Sabe un niño diferenciar lo bueno de lo que no lo es? ¿Lo prohibido de lo permitido? Manuel Ossorio, hombre de prestigio del Derecho, dice que “quien obra sin discernimiento absoluto no puede darse cuenta del alcance, del valor ni de las consecuencias de las acciones que realiza”. El discernimiento puede estar disminuido por varias causas, las anímicas, el miedo, la ofuscación. ¿No está mutilado un niño que sufre hambre, abandono, que ha sido violentado, que vive a la intemperie? ¿No está afectado el niño que no tiene los insumos básicos de la crianza humana: la familia, la ternura, el abrigo, el pan?

Es entonces que dentro del ámbito del Derecho Penal los niños, afectados por la ausencia de derechos que nunca le otorgaron, no pueden discernir plenamente la índole delictiva del acto que realizan, porque no pueden diferenciar entre el bien y el mal.

Invocar discernimiento precoz es condición, pero no suficiente. Entonces, invocan las figuras más nefastas del oscurantismo penal, nos recuerdan la concepción positivista del “delincuente natural”, las genéticas irreparables de nuestros niños pobres.

En La pena de muerte de Albert Camus y Arthur Koestler, este último escribe que en Gran Bretaña los niños de menos de siete años no eran pasibles de la pena de muerte. Sin embargo, entre los siete y los catorce años podían ser ahorcados si había contra ellos “una prueba evidente de perversidad”. La perversidad producía la “mayoría de edad penal”. Así, en 1801, Andrew Brenning, un niño de trece años, fue ahorcado en público por introducirse en una casa, forzando la entrada, y robar una cuchara. En 1833 un niño de nueve años fue condenado a la horca por haber robado, a través de una vidriera rota, unas tizas de colores.

Los medios de comunicación van contra la familia y le imputan engendrar más hijos de los que la pobreza le permite, de haber transformado la crianza humana en algo lábil, cuando procede el tiempo de los azotes, de utilizar a sus hijos, de convertirlos en pesadillas humanas. Y van contra la escuela pública por no haber puesto sus técnicas de dominación para someterlos. Esto ocurre en abril de este año. Pero es una historia que ya nos contaron los libros o nuestros abuelos con sus tertulias, esa memoria carnal que se transmite a través de las ternuras.

Cuando la inmigración en Argentina fue objeto del menosprecio social, a fines del siglo XIX y principios del XX, en realidad, lo que se buscaba era eliminar a los no asimilables, los hombres y mujeres que luchaban por sus derechos. Meléndez, en el año 1900, encontraba en la herencia una de las causas de la delincuencia de menores, principalmente en las colectividades italiana y francesa. Luis Agote, diputado por el Partido Conservador, decía el 27 de agosto de 1919 en la Cámara de Diputados: “Tengo en mi banca varias sentencias de jueces condenando por reincidentes a chicos de 10, 11, y 12 años de edad. Si se buscan los antecedentes de estos pequeños criminales, se encuentra que son lustrabotas, vendedores de diarios o mensajeros”.

Hoy como ayer se oculta, se niega, se vela las causas que producen el maltrato y el abandono. Se trata como un fenómeno individual lo que es un producto social, y se le adjudica a la familia humilde una responsabilidad que es colectiva. La mayoría de los medios informativos no derrama una sola palabra, una sola imagen sobre el capitalismo que omite generar “condición humana”.

En el espacio no euclidiano del nuevo milenio, una curvatura maléfica desvía invenciblemente todas las trayectorias. Es el fin de la linealidad, del progreso. En esta perspectiva, el futuro ya no existe, como lo expresa Jean Baudrillard.

Para todos los niños tiene la muerte una mirada, explotados directa o indirectamente por el sistema -son hoy como ayer- la expresión más elocuente de un continente de violencia y de explotación de la vida humana. El hambre que mata niños cada día, sin ese poco de pan que era obligado, sin la ayuda de aquellos que debieron cantarles.


Otro ladrillo en la pared
20/10/08

Por Oscar Taffetani

(APe).- El calendario global está saturado de efemérides. Para cada día del año los países, las instituciones y las personas tienen distintas opciones de celebración y/o conmemoración.

El último 16 de octubre, por ejemplo, quienes estaban preocupados por el hambre, la mortalidad infantil y el alza en el precio de los alimentos, tuvieron dos opciones: adherir al Día Mundial de la Alimentación, instituído por la FAO en 1979, o adherir al Día Mundial de la Soberanía Alimentaria, sostenido por colectivos sociales y ecologistas.

Este 17 de octubre, los titulares del PJ y el gobierno argentino pudieron elegir entre adherir al Día Internacional de Erradicación de la Pobreza o bien celebrar el Día de la Lealtad justicialista. Optaron por lo segundo.

Para el próximo 24 de octubre, las alternativas son variadas. Puede conmemorarse el jueves negro de la Calle del Muro (también llamada Wall Street), inicio de la histórica crisis del ‘30. O bien el Día Mundial de las Naciones Unidas. O también el Día Mundial de la Información sobre el Desarrollo. O, por qué no, el comienzo de la Semana Mundial del Desarme...

No podemos evitar la ironía -la amarga ironía- de decir que el día después de cada efemérides se parece mucho al día anterior.

Admitimos que una sola conciencia o una sola voluntad ganada para luchar contra el hambre, cualquier día de cualquier mes del año, justifica la efemérides y justifica el esfuerzo.

Pero no podemos dejar de ver que hay mucha hipocresía en todas esas declaraciones y homenajes de calendario, que lo único que buscan es disfrazar de paz la guerra impiadosa que el capitalismo le ha declarado a una parte de la humanidad.

Penúltima visita a Brecht

“Los de arriba dicen: la paz y la guerra / son de naturaleza distinta. / Pero su paz y su guerra / son como viento y tormenta. / Su guerra nace de su paz como el hijo de la madre. / Tiene sus mismos rasgos terribles. / La guerra mata / lo que sobrevive a su paz” (Bertolt Brecht, Catón de guerra alemán, Dinamarca, 1936).

Algunos historiadores han observado que los Estados Unidos acabaron de salir de la crisis de 1930 recién cuando intervinieron, más de una década después, en la segunda guerra mundial.

El Estado norteamericano militarizó su economía, se convirtió en accionista e inversor de las empresas privadas y pudo “colocar” una parte de la mano de obra sobrante en los frentes de guerra (recordemos que ese holocausto le costó la vida a 55 millones de seres humanos).

Al fin de la sangría, obedeciendo a un clamor planetario de paz y convivencia entre los pueblos, fueron creadas las Naciones Unidas y el Fondo Monetario Internacional.

“Un solo mundo o ninguno” era el lema que repetían científicos e intelectuales de posguerra, con la certeza de que una tercera guerra mundial -holocausto nuclear mediante- podía ser la última.

Pero no hubo holocausto nuclear. Ni tercera guerra mundial. Sí hubo un mundo bipolar, luego unipolar y ahora multipolar. Sí hubo muchas guerras convencionales, de mediana y baja intensidad. Pero no pudo erradicarse, en más de medio siglo de existencia de la ONU y del FMI, el flagelo del hambre.

Brecht tenía razón. La guerra y la paz, dentro de un orden de injusticia, se parecen mucho entre sí. Para una víctima del crimen del hambre -arriesgamos- la guerra y la paz son la misma cosa.

Mientras se aleja el pan

A fines de noviembre, cuando esté definido el sucesor de George W. Bush en la Casa Blanca, los miebros del G-8 se reunirán para ajustar detalles del nuevo orden financiero internacional (es decir, el orden decretado por los Estados más poderosos de la tierra para conjurar la última crisis y asegurar el futuro del capitalismo globalizado).

La mera suma de los recursos invertidos en el salvataje a los bancos y las instituciones de crédito, da pavor: a los 700 mil millones de dólares aprobados por el gobierno estadounidense hay que sumar 480 mil millones de euros comprometidos por Alemania, 360 mil millones prometidos por Francia, 200 mil millones que pondrá Holanda y 100 mil millones de Austria y España, más lo que aportarán Rusia, Japón, China y el resto de las economías de Oriente, y sin contar los países árabes, África y América latina.

Billones de dólares y euros serán puestos en los bancos e instituciones financieras para socorrer a sus inversores y evitar el colapso de las AFJP y de las instituciones de seguridad social, cuyos beneficiarios son auténticos rehenes de la crisis.

Frente a la gigantesca reconversión financiera capitalista, los recursos comprometidos por los Estados con las campañas de la ONU (sin ir más lejos, con los Objetivos del Milenio) se asemejan a centavos en la alcancía de un escolar.

Tras la cumbre de septiembre en Nueva York, el secretario general de la ONU Ban Ki-moon se manifestó optimista, ya que la convocatoria había generado “un estimado de 16 mil millones de dólares, incluidos unos 1.600 millones para reforzar la seguridad alimentaria, más de 4.500 millones para la educación y 3.000 millones para luchar contra la malaria...”

¿Qué representan 1.600 millones de dólares -nos preguntamos- frente al alza mundial en los precios de los alimentos?

¿Cómo se atenderá a los 45 millones más de sub-nutridos que generó entre 2003 y 2005 el alza de los commodities y el desarrollo de los bíocombustibles?

Según el último reporte de la FAO, el mundo tiene hoy, contrastando con los aumentos en la productividad y los rindes agrícolas, 845 millones de sub-nutridos, lo que representa la misma tasa de hambre y exclusión de seres humanos que tenía en 1990.

Cualquier otra noticia alentadora que nos quieran dar funcionarios de buen corazón, empalidece frente a esta realidad.

Y cualquier operación de salvataje que no se proponga recuperar, ahora más que nunca, la humanidad y la solidaridad del género humano, será sólo una columna más en la Calle del Muro. Otro ladrillo en la pared.

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APARICIÓN CON VIDA DE JULIO LÓPEZ Y LUCIANO ARRUGA

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